Después de una larga pausa... y mucho de experiencia
acumulada, vuelvo a mis andanzas.
Cierta fecha y a repetición por casi todos los días,
viajo sobre un bus de distrito a distrito, a veces muy cómodamente sentada, con
boca abierta, medio babeando, y, ojos bien cerrados; y otras, por decirlo de
mejor manera, colgada de una barandilla, en un escaso pasadizo de un cuarto de
metro; ojo al piojo: por más vacío que se encuentren los asientos rojos, no me
atrevo a sentarme en ellos, pues justo en lo más rico del sueñito viene un
vejete (con mucho cariño), un panzonita o alguien que metió la pata (la
verdadera) con su muleta a cuestas, y, literalmente me levanta.
Pero hay cada pelado!!!, que se sienta en ellos, y,
por arte de magia, se queda dormido a penas sus posaderas topan el asiento,
haciendo caso omiso a los dueños verdaderos del sentadero, pobre que los
despiertes te ponen cara de asesinos; otros, solo miran hacia la ventana, para
hacerse a los "locos"; otros, que son los suficientemente conchudos,
para importarles un rábano que la pobre gente se quede en pie; claro también
hay los del otro lado de la moneda, quienes buscan si o si sentarse y quedarse
con esos asientos, desde gestantes de 1 hora, hasta súper rellenitas con
barrigas de 32 años, como dije hay de todo. Pero quiero describir un tercer
grupo, de esos que pese a no ameritar, también quieren sentarse y no
precisamente en un asiento rojo, sino, en el confortable asiento que tu llevas,
esos que odiosamente se paran a tu costado, quejándose de algún dolor
inexplicable, o rajando que la juventud ya no es la de antes o por segunda vez
rellenitas quienes no lograron despertar al del asiento de adelante, ahí en
esos momentos, uno se pone a examinar a el solicitante y piensa: no están tan tíos
como parecen, para no aguantar un viaje de dos horas, no?; o, quien le manda a
comer tanto para que no aguante su peso!; o a las flaquitas (que parecen un
asta de bandera en vaivén), que se ponga una piedra en la mochila para que haga
peso jejejej; en esos momentos uno recurre al viejo truco de magia: DORMIRSE y
que la conciencia se quede muda, zzzzzzz.